A medida que la humanidad ha ido tecnificando su entorno, los medios de transporte han adquirido un carácter más mecanizado, tendiendo a satisfacer dos tendencias básicas, con independencia de los problemas que pudieran acarrear: por un lado aumentar las velocidades y por otro propiciar la independencia relativa del usuario. Esta tecnologización del transporte, ha supuesto una mayor comodidad y eficiencia en el servicio pero, por otra parte, ha originado un crecimiento intolerable de los impactos ambientales y sociales asociados a esta actividad, entre ellos la contaminación del aire.
En España, el transporte emplea cerca del 40% del total de la energía consumida (la media comunitaria es del 30%), cifra que aumenta hasta el 50% si consideramos el ciclo productivo del transporte en su totalidad. Al considerar el ciclo completo del transporte no sólo se contabiliza el combustible que usa un vehículo para moverse (el gasto energético que ofrecen las estadísticas oficiales), sino que también se considera la energía consumida en la fabricación del propio vehículo, en la construcción de las infraestructuras por las que circula, en su mantenimiento, y, finalmente, en el achatarramiento del vehículo.
La carretera es hoy el principal medio de transporte y sigue ganando terreno respecto al ferrocarril, de tal forma que el crecimiento desbocado del transporte hay que achacarlo principalmente al incremento del transporte por carretera. El transporte por carretera supone el 90 % entre los diferentes medios de transporte, frente al ferrocarril que se queda en un exiguo 5 %. Dentro del transporte por carretera, el coche privado consume la mitad de los recursos energéticos, mientras que el transporte público únicamente el 3 %. El índice medio de ocupación de los vehículos privados es de 1,2 personas por coche. En la ciudad, la mitad de los desplazamientos que se realizan en coche son para recorrer menos de 3 kilómetros, y un 10 % para menos de 500 metros.
Lo mismo que sucede con el tráfico de viajeros, ocurre también con las mercancías, que se transportan fundamentalmente por carretera: un 70% del total como media en los países de la UE, que sube a más del 90% en el Estado español, lo que significa que el ferrocarril ha ido perdiendo importancia, abandonando líneas y servicios, hasta suponer en la actualidad sólo un 4,2% de este tráfico. Este declive del ferrocarril, ha coincidido con un gran incremento en el tráfico de mercancías, que se ha multiplicado por tres como consecuencia de la ampliación de la UE (con la entrada de España y Portugal entre otros) lo que está provocando graves problemas de congestión en las principales vías europeas, congestión que se produce ya a 100 km de las principales ciudades.
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